miércoles, 16 de marzo de 2011

Quinta de bolivar

Su historia se remonta a 1670, cuando el bachiller Pedro de Solís y Valenzuela donó a la ermita de Monserrate 100 varas
castellanas de tierra, ubicadas en el sitio llamado La Toma de la Aduana. En 1800, el capellán de Monserrate, José
Torres Patiño, vendió el predio por la suma de $120 al contador principal de la Renta de Tabaco de Santafé, don José
Antonio Portocarrero. El nuevo dueño construyó una quinta campestre que arregló para agasajar al virrey Antonio Amar y
Borbón en el cumpleaños de su esposa la virreina, doña Francisca Villanova.

De la amistad que don José Antonio Portocarrero profesaba al virrey, o la admiración que tributaba a la virreina, fue
emblema por entonces una alegoría de Cupido que hizo pintar en el comedor de su quinta con la siguiente equívoca
inscripción: “Amar es mi delicia”, palabras que años más tarde habían de ser sustituidas por estas otras: “Bolívar es el
dios de Colombia”.

En el centro está la casa con sus jardines abandonados, sus árboles decrépitos que extienden sus ramas y sus sombras
sobre los corredores solitarios y los salones en ruinas, donde en otros días resonaron músicas voluptuosas, en noches
de festines sorprendidos por la aurora; con su chimenea de mármol blanco, en el gabinete de la izquierda, sobre la cual
se firmó la negativa de la conmutación de la pena de muerte a los ejecutados con motivo de la conjuración de septiembre;
con sus terrazas que sintieron las férreas botas de los libertadores; con su muelle baño, cercado de bajas tapias,
cubiertas antes de enredaderas, y techado por el puro cielo azul; con su esbelto mirador que se yergue sobre la colina,
como un alerta vigía; con sus alcobas, antiguamente perfumadas, que vieron al héroe, de regreso del Perú, pasar
cargado de laureles, y descansar de la gloria en los brazos de rosa del amor; con su espléndido comedor, comunicado
con la sala principal, y con deliciosas perspectivas sobre el patio y los jardines, y donde, en los tranquilos días de la
Colonia, don José Antonio Portocarrero, dueño y constructor de la Quinta, y hombre de mucho gusto y así muy sentido de
todos, departía, agradablemente, de cosas de Gobierno, con Amar y Borbón, su grande amigo, virrey de Santafé, y su
señora esposa, doña Francisca Villanova, la virreina, mientras, delante de los contertulios, en el fondo, aparecía esta
inscripción en letras formadas con las rosas del jardín: “Mi delicia es Amar”.

cornelio hispano, 3.4.1919

El primero de enero de 1810, diez años después de haber adquirido el lote de la Quinta, falleció su dueño y ésta pasó
manos de su hija, Tadea Portocarrero de García del Castillo, cuyo marido hubo de emigrar a raíz de los sucesos del 20
de julio de 1810. Por esta razón, y debido a que los hijos del matrimonio eran aún menores de edad, el inmueble sufrió
descuido y abandono. La familia Portocarrero mantuvo la propiedad hasta el 16 de junio de 1820.

Bolívar en la Quinta

Al finalizar la guerra de independencia, la Quinta estaba a punto de desaparecer por el creciente deterioro que había
sufrido. Tras la victoria definitiva sobre los españoles, el gobierno de la Nueva Granada adquirió la propiedad con el
propósito de obsequiársela al Libertador, "como una pequeña demostración de gratitud y reconocimiento en que se
halla constituido este Departamento de Cundinamarca por tan inmensos beneficios de que lo ha colmado Su Excelencia,
restituyéndole su libertad".

Así reza la escritura, firmada por el gobernador José Tiburcio Echevarría el 16 de junio de 1820. La compra se hizo por
dos mil quinientos pesos. El documento aclara que dicha compra se hacía a nombre del vicepresidente Francisco de
Paula Santander y del Estado colombiano. Allí también se deja constancia de la necesidad de mejorar la finca para
entregarla en condición presentable al Libertador.

Bolívar fue propietario de la Quinta durante 10 años, pero no la habitó mucho tiempo. En 1821 la ocupó por primera vez,
en dos ocasiones que coincidieron con el cenit de su gloria: durante el mes de enero, antes de partir a la campaña final
de independencia de Venezuela, que culminó en la Batalla de Carabobo; y en octubre del mismo año, después

de dicho triunfo, antes de emprender, el 13 de diciembre, la Campaña Libertadora del sur. Durante sus años de
ausencia, entre 1821 y 1826, un pariente suyo, llamado Anacleto Clemente, habitó la casa y la dejó en tan mal estado
que, ante la proximidad del regreso de Bolívar a Bogotá, el 6 de agosto de 1826, Santander le envió una comunicación
donde le manifestaba:

Hice emplear muchos pesos en componer la Quinta que dejó Anacleto arruinada, y aunque no quedará de
gran lujo, quedará de gusto y mejor que nunca.

El 21 de septiembre volvió a escribirle:

Su Quinta se la tengo muy compuesta y decente. Hemos echado mano de sus sueldos viejos atrasados
para que siquiera sirvan para proporcionar un desahogo a quien tanto lo necesita y lo merece. Vergüenza
me diera que usted se alojara como antes y se sirviera de muebles prestados. Juan M. Arrubla me ha
servido mucho en esta operación.

El 14 de noviembre de 1826, Bolívar hizo su entrada a Bogotá, de regreso del Perú. Desde entonces, y hasta su partida
final en 1830, habitó en forma esporádica este lugar que se convirtió en el refugio de sus constantes viajes y del tenso
ambiente político.

En 1828, mientras Bolívar sorteaba las dificultades políticas y el ambiente de la Convención de Ocaña, Manuelita Sáenz
de Thorne llegó a la Quinta. Se habían conocido en Quito, su tierra natal, en junio de 1822, durante el suntuoso baile en
que se festejó el triunfo de la Batalla de Pichincha, y desde entonces surgió entre ambos un profundo amor. Manuelita le
brindó apoyo apasionado e incondicional al Libertador y a sus amigos, de quienes se convirtió en hábil consejera
política. Su presencia transformó la Quinta en lugar de fiestas y reuniones.

La Quinta fue testigo de grandes acontecimientos como la instauración de la Gran Colombia y la culminación de la
Campaña del Sur; de fiestas como aquella en la que se conmemoró el natalicio de Bolívar -celebrado por los contertulios
el 24 de julio de 1828, en ausencia del Libertador- y en la cual se poblaron de tiendas de campaña las colinas
circunvecinas a fin de alojar allí al Batallón Granaderos. Entre los invitados se encontraban el general José María
Córdova y sus edecanes, el doctor Estanislao Vergara, el canónigo Francisco Javier Guerra, el historiador José Manuel
Restrepo y el general Rafael Urdaneta.

También se vivieron en ella momentos críticos originados en los graves sucesos que conmovieron entonces a la
República y en la oposición de los enemigos a las ideas bolivarianas, derrotadas en la Convención de Ocaña. Allí se
refugió después del atentado contra su vida, ocurrido el 25 de septiembre de 1828, y se firmó la negativa a conmutar la
pena de muerte a los conjurados por este hecho.

La sexta y última estadía de Bolívar se produjo entre el 15 de enero de 1830 y el 1 de marzo del mismo año, aunque
desde el 28 de enero ya había regalado la Quinta a su amigo José Ignacio París, conocido por sus servicios a la causa
independentista y por su lealtad al Libertador. La donación, en realidad, fue hecha a su hija, Manuela París, quien, por
ser menor de edad, no la pudo recibir, de manera que lo hizo su padre a nombre de ella, a través de una escritura que
se firmó en el Palacio de San Carlos. La donación se avaluó en dos mil quinientos pesos.