viernes, 12 de marzo de 2010

Bogotá DC el amor de muchos


Bogotá ocupa el sitio dominante de la Sabana, al fondo oriental, escoltada atrás por sus dos cerros tutelares: Monserrate y Guadalupe (3.100 y 3.317 mts., respectivamente). Aparte de estos dos, una cadena extensa de cerros flanquea la ciudad de Sur a Norte y constituye su rasgo paisajístico más preciado.


Hasta hace no más de cincuenta años, la capital colombiana era un típico burgo provinciano, encaramado en la parte más alta al centro del país, asiento de la burocracia y de la intelectualidad. Aparte de buenos periódicos, conspiraciones, abogados, publicaciones literarias, leyes y decretos, no producía mucho más que cerveza, tejidos de lana y velas de cebo. ( Era tal el grado de centralismo y de entropía, que los ferrocarriles empezaron a construirse de aquí a la periferia, de la montaña hacia el mar, subiendo las locomotoras a lomo de mula.) Había un cotarro de políticos, obispos, generales, tinterillos de mayor o menor vuelo, rentistas descendientes de encomenderos, gramáticos e intelectuales ( más atentos a las corrientes francesas de la cultura que a la suya propia), curas, monjasy, unos cuantos comerciantes.

Al lado, un pueblo raso bastante taciturno, en su mayoría compuesto de dependientes de oficinas, artesanos y estudiantes de provincia. El resto de los colombianos llamaba "lanudos" a los bogotanos por su eterna vestimenta de paño oscuro, su espíritu cazurro y malicioso, su proclividad a los tibios cenáculos, al chisme y al chascarrillo. Alrededor de una taza de chocolate, la sociedad santafereña hablaba siempre de poesía como preámbulo de la política; y aguzaba un ingenio particular para la frase punzante y vivaz, que es el mejor rasgo de personalidad de los bogotanos raizales - o "cachacos", como también se les llama -. No todo eso ha desaparecido, por supuesto. Pero la Santa Fé de hoy es, a más del centro político de siempre, una pujante ciudad industrial, con una planta productiva en expansión. Hace tiempo dejó de ser una economía parasitaria del poder gubernamental.

Es la cuarta ciudad de Suramérica en tamaño, y la segunda capital en calidad de vida, a menores costos de subsistencia. Pero, sobre todo, Bogotá tiene una nueva mentalidad, fruto de dos factores : la inmigración de cientos de millares de gentes de las más diversas procedencias. Y un cambio notable del clima, de frío a templado, lo cual favorece una cultura urbana muy abierta, una arquitectura y unas modas más cromáticas y alegres. Bogotá es ya la ciudad querida y representativa de todos los colombianos.

Los límites de la pequeña urbe de finales del siglo XIX siguen siendo perceptibles: el extremo Norte apenas llegaba a la ermita de San Diego, frente al actual Hotel Tequendama.

El centro histórico mejor conservado corresponde a los barrios de La Candelaria y La Catedral, donde se guarda bien el sabor de la Colonia y de los inicios de la República. Allí se encuentra aún lo más logrado de la arquitectura institucional y religiosa, pero también de la arquitectura doméstica, tal como fueron evolucionando en casi cinco siglos de historia urbana. Un recorrido lleno de tesoros muy cercanos uno de otro puede tomar una tarde, un día o más, según el tiempo de que usted disponga para detenerse en la lectura del pasado: los tiempos de la Real Audiencia, los tiempos virreinales, la Independencia, las guerras civiles del siglo XIX y el "bogotazo" de l.948, que fue el doloroso parto a la modernización de la ciudad, semidestruída a raíz de innumerables incendios.


Cumplida su cita con la historia, la ciudad le ofrece un amplio menú de atracciones: muchos y muy buenos restaurantes, con una gastronomía internacional y nativa que de seguro usted no hallará en ninguna otra capital latinoamericana, con excepción, tal vez, de Buenos Aires. Muy buen teatro. Varios espectáculos de "Music- hall", la diversión de moda en los últimos años. Centros comerciales cómodos y seguros donde el turista encuentra buenos precios y excelente calidad en ropa, cuero, esmeraldas y artesanías. Hay buenos conciertos todo el año y en ciertas épocas, temporadas de ópera, zarzuela, jazz. Dos temporadas de Toros. Y el mejor Festival Internacional de Teatro del continente, en vísperas de la Semana Santa.


En Bogotá es muy fácil orientarse si se toman como referencia el Centro y los cerros. La nomenclatura también es sencilla (aunque hay sectores nuevos que se salen de la norma). Para empezar: las vías se clasifican entre "calles" y "carreras" (por excepción puede haber "avenidas", que pueden ser lo uno o lo otro; también "transversales" o "circulares", pero remitidas a un barrio o zona específica).

Las carreras se orientan en el sentido Sur-Norte y se numeran desde los cerros hacia abajo, o sea, de Oriente a Occidente. Tienen prelación de tránsito, aunque con excepciones ( cruces de avenidas y otros, que deben estar bien advertidos en las respectivas señales). Por su parte, el trazo de las calles va de Este a Oeste y se numeran a partir de un punto que quedó en el centro antiguo, desde el cual nace la numeración en dos sentidos: hacia el Norte el número se expresa de manera simple, y hacia el Sur se añade la palabra Sur después del número.

Por ejemplo, la sede Presidencial o "Casa de Nariño", está situada en la calle séptima con carrera séptima, a siete cuadras de donde nace la numeración de las calles y a igual distancia de donde nacen las carreras.

Si se va de allí hacia el Norte (y por cierto, la carrera séptima es el eje histórico del crecimiento de la ciudad, por donde la nomenclatura es más estable), los números progresan en proporción a las calles. Del mismo punto hacia el Occidente, los números progresan en proporción a las carreras.

Mi Ciudad


Bogotà D.C. Capital de la Repùblica de Colombia. Las crónicas de viajeros precursores en los dos siglos precedentes subrayan la misma sorpresa que se tiene hoy desde el avión, ante lo inesperado del paisaje cuando se sobrevuela la ciudad. La Sabana (como se denomina familiarmente la planicie donde se asienta Bogotà), tiene poco en común con el trópico radiante que muchos creerían encontrar y que en efecto predomina en la mayor parte de Colombia.

En contraste con el verdor húmedo y abigarrado de las selvas; o con las vertientes andinas cubiertas por cafetales, plátano y yarumos; o con los valles y llanuras bajas, donde la reverberación del calor impide la limpidez visual, la Sabana es plana, plácida y casi siempre transparente. Clima frío; poca humedad; colores en tonos suaves; campos que se alternan entre cebada, papa, maíz, hortalizas, flores de exportación y hatos lecheros, hasta el último rincón de sus casi cinco mil Kilómetros cuadrados, entre cotas de 2.600 a 2.800 metros s.n.m.

Cuando hace sol hay una luminosidad soberbia, que se añora en otros largos períodos de bruma, donde el gris acentúa un ambiente demasiado sereno, casi frailuno. Manchas de bosques nativos en las cumbres y cañadas: hayuelos, romerones, palmas, cedros, acacios, magnolios, uvos, sietecueros, curubos, chusques, alisos, cauchos sabaneros, arrayanes.

Largas líneas trazadas por cercos o linderos en setos de pinos, sauces, retamos, espinos, urapanes. Muy destacados por encima de lo demás, gigantescos eucaliptos, la más vigorosa entre las especies aclimatadas aquí desde la Colonia, hoy denostada por los ecologistas, pero indisolublemente asociada al paisaje.

La Sabana está confinada por imponentes cerros a Oriente y Occidente. En la propia planicie tres cordones de montañas bajas segmentan cuatro valles interiores con antiguos nombres indígenas: Suba, Chía, Tenjo, Tabio y Subachoque, cada uno con su respectivo pueblito, su torre blanca, su río de curso lento confluyendo serpenteante a engrosar, al medio, el Río Bogotá. Según la antigua leyenda chibcha, Bochica, un anciano de barbas blancas, rompió con su vara el cerco rocoso donde la planicie aprisionaba una enorme laguna, precipitándose las aguas río abajo, hacia el Salto del Tequendama. En la tierra liberada por Bochica, pues, encontraron Quesada y sus acompañantes españoles media docena de aldeas muiscas, dedicadas a cultivar maíz, fríjol, muchas variedades de papa y otros tubérculos, bajo un régimen de propiedad comunitaria. Y a comerciar sal, que extraían de las minas de Zipaquirá y Nemocón.

Los más remotos antepasados ya habitaban la Sabana hace más de doce mil años (yacimientos de El Abra, Tibitó y Tequendama, ya comentados).