viernes, 12 de marzo de 2010

Mi Ciudad


Bogotà D.C. Capital de la Repùblica de Colombia. Las crónicas de viajeros precursores en los dos siglos precedentes subrayan la misma sorpresa que se tiene hoy desde el avión, ante lo inesperado del paisaje cuando se sobrevuela la ciudad. La Sabana (como se denomina familiarmente la planicie donde se asienta Bogotà), tiene poco en común con el trópico radiante que muchos creerían encontrar y que en efecto predomina en la mayor parte de Colombia.

En contraste con el verdor húmedo y abigarrado de las selvas; o con las vertientes andinas cubiertas por cafetales, plátano y yarumos; o con los valles y llanuras bajas, donde la reverberación del calor impide la limpidez visual, la Sabana es plana, plácida y casi siempre transparente. Clima frío; poca humedad; colores en tonos suaves; campos que se alternan entre cebada, papa, maíz, hortalizas, flores de exportación y hatos lecheros, hasta el último rincón de sus casi cinco mil Kilómetros cuadrados, entre cotas de 2.600 a 2.800 metros s.n.m.

Cuando hace sol hay una luminosidad soberbia, que se añora en otros largos períodos de bruma, donde el gris acentúa un ambiente demasiado sereno, casi frailuno. Manchas de bosques nativos en las cumbres y cañadas: hayuelos, romerones, palmas, cedros, acacios, magnolios, uvos, sietecueros, curubos, chusques, alisos, cauchos sabaneros, arrayanes.

Largas líneas trazadas por cercos o linderos en setos de pinos, sauces, retamos, espinos, urapanes. Muy destacados por encima de lo demás, gigantescos eucaliptos, la más vigorosa entre las especies aclimatadas aquí desde la Colonia, hoy denostada por los ecologistas, pero indisolublemente asociada al paisaje.

La Sabana está confinada por imponentes cerros a Oriente y Occidente. En la propia planicie tres cordones de montañas bajas segmentan cuatro valles interiores con antiguos nombres indígenas: Suba, Chía, Tenjo, Tabio y Subachoque, cada uno con su respectivo pueblito, su torre blanca, su río de curso lento confluyendo serpenteante a engrosar, al medio, el Río Bogotá. Según la antigua leyenda chibcha, Bochica, un anciano de barbas blancas, rompió con su vara el cerco rocoso donde la planicie aprisionaba una enorme laguna, precipitándose las aguas río abajo, hacia el Salto del Tequendama. En la tierra liberada por Bochica, pues, encontraron Quesada y sus acompañantes españoles media docena de aldeas muiscas, dedicadas a cultivar maíz, fríjol, muchas variedades de papa y otros tubérculos, bajo un régimen de propiedad comunitaria. Y a comerciar sal, que extraían de las minas de Zipaquirá y Nemocón.

Los más remotos antepasados ya habitaban la Sabana hace más de doce mil años (yacimientos de El Abra, Tibitó y Tequendama, ya comentados).

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